En el orígen: grabación.

Viviendo en un zoo humano, tenemos mucho que aprender y mucho que recordar: pero, tal como funcionan las máquinas de aprendizaje biológico, nuestro cerebro es, con mucho, la mejor que existe. Con catorce mil millones de células intrincadamente relacionadas y en funcionamiento constante, somos capaces de asimilar y almacenar un número enorme de impresiones.
En su uso normal, la maquinaria funciona con toda suavidad, pero cuando algo extraordinario ocurre en el mundo exterior, conectamos un sistema especial de emergencia. Es entonces cuando, en nuestra condición supertribal, las cosas pueden descarriarse. Hay dos razones para ello. Por una parte, el zoo humano en que vivimos nos protege de ciertas experiencias. No matamos regularmente animales, comemos carne. No vemos cadáveres; están cubiertos por una manta o escondidos en el interior de una caja. Esto significa que, cuando la violencia hace irrupción a través de las barreras protectoras, su impacto sobre nuestro cerebro es mayor de lo acostumbrado. Por otra parte, las clases de violencia supertribal que irrumpen hasta nosotros son con frecuencia de tan extraordinaria magnitud que resultan dolorosamente impresionantes, y nuestro cerebro no siempre está equipado para hacerles frente. Es este tipo de aprendizaje de emergencia el que merece aquí algo más que una ojeada superficial.
Todo el que haya estado alguna vez implicado en un grave accidente de carretera comprenderá lo que quiero decir. Hasta el más mínimo detalle queda impreso como a fuego en la memoria y allí permanece toda la vida. Todos hemos tenido experiencia personales de este tipo. A la edad de siete años, por ejemplo, yo estuve a punto de ahogarme, y hoy día puedo recordar el incidente tan vividamente como si hubiera ocurrido ayer. Como resultado de esta experiencia infantil, cumplí los treinta años antes de que pudiera obligarme a mí mismo a vencer mis irracionales temores a la natación. Como todos los niños, tuve muchas otras desagradables experiencias durante mi proceso de crecimiento, pero la gran mayoría de ellas pasaron sin dejar cicatrices duraderas.
Parece, pues, que en el curso de nuestras vidas encontramos dos clases distintas de experiencias.
En una de esas dos clases, la breve exposición a una situación produce un indeleble e inolvidable impacto, en la otra causa, sólo una leve y pronto olvidada impresión. Utilizando los términos un tanto libremente, podemos decir que la primera implica un aprendizaje traumático, y la segunda un aprendizaje normal. En el aprendizaje traumático, el efecto producido es completamente desproporcionado a la experiencia que lo causó. En el aprendizaje normal, la experiencia original tiene que ser repetida una y otra vez para que su influencia se mantenga viva. La falta de reforzamiento del aprendizaje ordinario conduce a un debilitamiento de la respuesta. En el aprendizaje traumático no sucede así.
Los intentos de modificar el aprendizaje traumático tropiezan con enormes dificultades y pueden empeorar las cosas con facilidad. En el aprendizaje normal no es así. El incidente de mi niñez constituye un ejemplo. Cuanto más se me mostraban los placeres de la natación, más intenso se hacía mi aborrecimiento a este deporte. Si el primitivo incidente no hubiera ejercido tan traumático efecto, yo habría respondido cada vez más de modo positivo, en lugar de más negativamente cada vez.
Los traumas no constituyen el tema principal de este capítulo, pero le proporcionan una introducción útil. Muestran con claridad que el animal humano es capaz de una clase un tanto especial de aprendizaje, una clase que es increíblemente rápida, difícil de modificar, extremadamente duradera y que no requiere ninguna práctica para mantenerlo perfecto. Es tentador desear que pudiéramos de esta manera, leer libros, recordando para siempre todo su contenido después de una sola y breve ojeada. Sin embargo, si todo nuestro aprendizaje funcionara de esta manera, perderíamos el sentido de los valores.
Todo tendría la misma importancia, y padeceríamos una grave falta de selectividad. El aprendizaje rápido e indeleble está reservado para los momentos más transcendentales de nuestra vida. Las experiencias traumáticas son sólo una cara de esta moneda. Ahora quiero darle la vuelta y examinar la otra cara, la cara que ha sido denominada "grabación".
Mientras los traumas están relacionados con experiencias dolorosas, negativas, la grabación es un proceso positivo. Cuando un animal experimenta el fenómeno de la grabación, desarrolla una unión positiva a algo. Al igual que las experiencias traumáticas, el proceso termina rápidamente, es casi irreversible y no necesita ningún reforzamiento ulterior. En los seres humanos sucede entre una madre y su hijo. Puede suceder también cuando el hijo crece y se enamora. Quedar unido a una madre, a un hijo o a un cónyuge, son tres de los más transcendentales aprendizajes que podemos experimentar en nuestra vida, y son éstos los que hemos elegido por la especial ayuda que proporciona el fenómeno de grabación. La palabra "amor" es, de hecho, la forma en que solemos describir los sentimientos emocionales que acompañan al proceso de grabación. Pero, antes de profundizar más en la situación humana, será útil echar un breve vistazo a alguna otra especie.
Muchas aves, cuando salen del cascarón, deben formar inmediatamente una unión con su madre y aprender a reconocerla. Pueden entonces seguirla a todas partes y mantenerse cerca de ella en busca de seguridad. Si los polluelos o los patitos recién nacidos no hacen esto, podrían fácilmente perderse y perecer. Son demasiado activos y móviles para que su madre pueda mantenerlos juntos y protegerlos sin la ayuda del fenómeno de grabación. El proceso puede desarrollarse en cuestión de minutos, literalmente. El primer gran objeto en movimiento que ven los polluelos o los patos se convierte automáticamente en "madre". Desde luego, en condiciones normales es realmente su madre, pero en situaciones experimentales puede ser casi cualquier cosa. Si sucede que el primer gran objeto en movimiento que ve el pollo de incubadora es un balón anaranjado del que se tira mediante una cuerda, seguirá a eso. El balón se convierte rápidamente en "madre". Tan poderoso es este proceso de grabación que si, al cabo de unos días, se da a elegir a los polluelos entre su adoptado balón y su verdadera madre (que ha sido anteriormente mantenida fuera de su vista), preferirán el balón. No puede presentarse prueba más extraordinaria del fenómeno de grabación que la vista de un grupo de polluelos experimentales arremolinándose ansiosamente en pos de un balón anaranjado e ignorando por completo a su auténtica madre, que se encuentra no lejos de ellos.
Sin experimentos de este tipo, podría argüirse que las aves jóvenes quedan unidas a su madre natural porque son recompensadas estando con ella. Permanecer cerca de ella significa encontrar calor, alimentos, agua, etc. Pero los balones anaranjados no conducen a tales recompensas, y, sin embargo, se convierten fácilmente en poderosas figuras maternales. La grabación, pues, no consiste en una simple cuestión de respuesta a recompensas, como en el aprendizaje ordinario. Es, simplemente, cuestión de exposición. Podríamos llamarla "aprendizaje de exposición". Además, a diferencia del aprendizaje normal, tiene un período crítico. Los polluelos y los patos son sensibles a la grabación sólo durante un breve período de días después de su nacimiento. A medida que el tiempo pasa, empiezan a asustarse de los objetos grandes en movimiento y, si no han sido ya objeto de grabación, ello les resulta difícil en lo sucesivo.
Al crecer, las aves jóvenes se vuelven independientes y dejan de seguir a la madre. Pero el impacto de la primitiva grabación no se ha desvanecido. Ésta no sólo les indicó quién era su madre, sino que también a qué especie pertenecía. Una vez llegadas al estado adulto, les ayuda a elegir un compañero sexual de su propia especie, en vez de tomarlo de otra especie extraña.
También esto tiene que ser demostrado con experimentos. Si jóvenes animales de una especie son criados por padres adoptivos de otra especie, entonces, cuando lleguen a la madurez, pueden tratar de emparejarse con miembros de la especie adoptiva, en vez de intentarlo con los de su propia especie. Esto no ocurre siempre, pero hay muchos ejemplos de ello. (Ignoramos todavía por qué ocurre en unos casos y no en otros.)
Entre los animales cautivos, esta susceptibilidad de fijarse en la especie inadecuada puede conducir a situaciones grotescas. Cuando las palomas criadas por tórtolas llegan a su madurez sexual, hacen caso omiso de las otras palomas y tratan de aparearse con tórtolas. Las tórtolas criadas por palomas tratan de aparearse con palomas. Un gallo de zoo, criado por sí mismo en el recinto de una tortuga gigante, se exhibía persistentemente a los aturdidos reptiles, negándose a tener nada que ver con gallinas recién llegadas.
He llamado a este fenómeno "malgrabación". Se produce con frecuencia en el mundo de las relaciones hombre-animal. Cuando ciertos animales, separados desde el nacimiento de los pertenecientes a su especie, son criados por seres humanos, pueden responder más tarde, no mordiendo la mano que los alimentó, sino copulando con ella. Esta reacción se ha observado a menudo en palomas. No es un descubrimiento nuevo. Ha sido conocido desde tiempos antiguos, cuando las damas romanas tenían pequeñas aves para divertirse de este modo. (Leda, al parecer, era más ambiciosa.) Los mamíferos domésticos se abrazan a veces e intentan copular con las piernas humanas, como saben por penosa experiencia algunos propietarios de perros. Los guardianes de zoo también tienen que mostrarse precavidos durante la época de celo. Deben estar preparados para resistir las solicitaciones de cualquier animal, desde un dromedario amoroso hasta un ciervo encelado, cuando miembros de estas especies han sido aislados y criados manualmente por el hombre. Yo mismo fui una vez el azorado recipiente de las insinuaciones sexuales de un gigantesco panda hembra. Ocurrió en Moscú, adonde yo había dispuesto que fuese llevada para ser emparejada con el único panda macho gigante existente fuera de China. Ella hacía caso omiso de sus insistentes atenciones sexuales, pero cuando yo pasé la mano por entre los barrotes y le acaricié el lomo, el animal respondió levantando la cola y dirigiéndome una postura de completa invitación sexual, estando el panda macho a sólo unos centímetros de distancia. La diferencia entre los dos animales consistía en que la hembra había sido aislada de otros pandas a edad mucho más temprana que el macho.
Él había madurado como panda de panda, pero ella era ahora un panda de hombre.
Puede parecer, a veces, que un animal "humanizado" es capaz de percibir las diferencias entre un macho humano y una hembra humana al dirigirles insinuaciones sexuales, pero esto puede ser ilusorio. Un pavo macho malgrabado, por ejemplo, intentaba aparear con los hombres, pero atacaba a las mujeres. La razón era curiosa. Los pavos machos agresivos se manifiestan dejando caer las alas y moviendo el moco.
A los ojos del pavo malgrabado, las faldas eran alas caídas, y los bolsos femeninos, mocos. Veía, por tanto, a las mujeres como machos rivales y las atacaba, reservando sus atenciones sexuales para los hombres.
Los zoos están llenos de animales que, con descaminada bondad humana, han sido esmeradamente cuidados y criados y devueltos luego a la compañía de sus semejantes. Pero, por lo que a los aislados mansos se refiere, los de su propia clase son extranjeros, miembros de alguna amedrentante, extraña y "otra" especie. En un zoo hay un chimpancé macho adulto que ha permanecido más de diez años enjaulado con una hembra. Se ha comprobado, mediante análisis médicos, que goza de perfecta salud sexual, y se sabe que la hembra ha procreado antes de haber sido puesta con él. Pero, como es un aislado criado por el hombre, la ignora por completo. Nunca se sienta con ella, ni la acaricia ni intenta montarla.
Para él, pertenece a otra especie. Los largos años de estar expuesto a ella no lo han cambiado.
Estos animales pueden volverse extremadamente agresivos hacia los de su propia especie, no porque los traten como rivales, sino porque los ven como enemigos extranjeros. Los acostumbrados rituales que, en circunstancias normales, sustituyen a los combates sangrientos, no tienen lugar. A una mangosta hembra, criada por el hombre y amansada, se le entregó un macho capturado en estado salvaje con la esperanza de que procrearían, pero ella le atacó en el momento mismo en que entró en la jaula. Por fin, parecieron llegar a un estado de desacuerdo mutuo ligeramente estable, pero el macho debió de encontrarse sometido a una tensión considerable, porque no tardaron en formársele úlceras y en morir. La hembra recuperó inmediatamente su amistoso modo de comportarse.
Una tigresa criada por el hombre fue colocada en una jaula, por primera vez en su vida, junto a un tigre capturado en estado salvaje. Podía verle y olerle, pero no podían reunirse. Esto era lógico. Ella estaba tan "humanizada" que en cuanto detectó su presencia huyó al extremo opuesto de la jaula y se negó a moverse. Para una tigresa, esto constituía una reacción anormal, pero mucho más normal para un miembro de su especie adoptada (la humana) al encontrarse con un tigre. Fue más lejos: dejó de comer y continuó rehusando el alimento durante varios días, hasta que el macho fue sacado de allí. En su caso, pasaron varias semanas hasta que recuperó su normalmente amistoso y activo modo de ser, frotándose contra los barrotes para ser acariciada por los cuidadores.
A veces, las condiciones de crianza son tales que el animal desarrolla una personalidad sexual dual. Si es criado por humanos en presencia de otros miembros de su propia especie, puede, llegado al estado adulto, intentar aparearse tanto con humanos como con miembros de su especie. La malgrabación sólo es parcial, existiendo también cierto grado de grabación normal. Esto sería inverosímil en un grabador muy rápido, como un pato o un pollo, pero los mamíferos tienden a socializarse más lentamente. Hay tiempo para que se produzca una grabación dual. Detenidos estudios realizados con perros en América han demostrado esto con gran claridad. En los perros domésticos, la fase de socialización dura desde los veinte hasta los sesenta días de edad. Si los cachorros domésticos permanecen durante todo este período completamente aislados del hombre (siendo alimentados por control remoto), emergen, una vez finalizado aquél, como animales virtualmente salvajes. Si, no obstante, son criados en presencia simultánea de perros y hombres, se muestran amistosos hacia los dos.
Los monos criados en aislamiento total, tanto respecto de otros monos como de otras especies, incluido el hombre, encuentran casi imposible, en su vida posterior, adaptarse a ninguna clase de contacto social. Colocados con miembros sexualmente activos de su propia especie, no saben cómo responder. La mayor parte del tiempo se muestran aterrados ante cualquier contacto social y permanecen nerviosamente sentados en un rincón. Hasta tal punto carecen de grabación, que son virtualmente animales no sociales, aun cuando pertenecen a una especie altamente sociable. Si son criados con otros jóvenes animales de su misma especie, pero sin madres, no se produce este resultado, por lo que parece existir una clase de grabación de compañero, además de una grabación parental. Ambos procesos pueden desempeñar su papel para adscribir un animal a su especie.
El mundo del animal malgrabado es un lugar extraño y aterrador. La malgrabación crea un híbrido psicológico, realizando modos de conducta pertenecientes a su propia especie, pero dirigiéndolos hacia su especie adoptada. Sólo con enorme dificultad, y a veces ni siquiera así, puede readaptarse. Para algunas especies, las señales sexuales de los miembros de su misma especie son lo suficientemente fuertes, y las respuestas a ellas lo suficientemente instintivas, para permitirles sobrevivir a su anormal crianza, pero, en muchos otros casos, el poder de la grabación es tan intenso que supera a todo influjo.
Los amantes de los animales harían bien en recordar esto cuando se dedican a "domesticar" a jóvenes animales salvajes. Los empleados de parques zoológicos han estado largo tiempo desconcertados por las grandes dificultades que han encontrado para criar a muchos de sus animales. A veces, esto ha sido debido a la alimentación o alojamiento inadecuados, pero, con demasiada frecuencia, la causa ha sido la malgrabación producida antes de que los animales llegaran al zoo.
Pasando ahora a considerar el animal humano, el significado de la grabación está bastante claro.
Durante los primeros meses de su vida, el niño atraviesa una sensitiva fase de socialización en la que desarrolla una profunda y duradera adscripción a su especie y, especialmente, a su madre. Como en el caso de la grabación animal, esta adscripción o apego no depende por completo de las recompensas físicas obtenidas de la madre, tales como la alimentación y la limpieza. Se produce también aquí el aprendizaje de exposición, típico de la grabación. El niño no puede mantenerse cerca de la madre, siguiéndola como un polluelo, pero puede conseguir la misma finalidad mediante el empleo de la sonrisa.
La sonrisa es atractiva para la madre y la anima a quedarse con el niño y a jugar con él. Estos interludios juguetones y sonrientes ayudan a consolidar el vínculo entre el niño y su madre. Cada uno de ellos queda grabado en el otro, y se desarrolla una poderosa unión recíproca, un persistente lazo que es sumamente importante para la vida ulterior del niño. Criaturas que son bien alimentadas y van limpias, pero que se hallan privadas del "amor" de la grabación temprana, pueden padecer ansiedades que permanecen con ellos durante el resto de su vida. Huérfanos y niños que tienen que vivir en instituciones, donde la atención y los vínculos personales son inevitablemente limitados, se convierten, muy frecuentemente, en adultos ansiosos. Un fuerte vínculo cimentado durante el primer año de vida significará la capacidad de establecer fuertes lazos durante la vida adulta subsiguiente.
Una buena y temprana grabación le abre al niño una nutrida cuenta bancaria emocional. Si, posteriormente, los gastos son grandes, tendrá de sobra para ir sacando. Si, mientras crece, las cosas se tuercen en lo que se refiere a su cuidado parental (como, por ejemplo, separación parental, divorcio o muerte), su elasticidad dependerá de la cualidad de unión de aquel trascendental primer año. Naturalmente, perturbaciones posteriores cobrarán su parte, pero serán insignificantes comparadas con las de los primeros meses. Un niño de cinco años, evacuado de Londres durante la última guerra y separado de sus padres, cuando se le preguntó quién era, respondió: "No soy nada de nadie”. Evidentemente, el shock era perjudicial, pero el que, en tales casos, haya de causar o no un daño duradero, dependerá en gran medida de si está confirmando o contradiciendo experiencias anteriores. La contradicción causará un aturdimiento que puede ser rectificado, pero la confirmación tenderá a intensificar y fortalecer ansiedades anteriores.
Pasando a la siguiente gran fase de adscripción, llegamos al fenómeno sexual de formación de pareja. "Enamorarse a primera vista" puede no sucedernos a todos nosotros, pero dista mucho de ser un mito. El acto de enamorarse tiene todas las propiedades de un fenómeno de grabación. Existe un período sensible (el comienzo de la vida adulta) en el que es más probable que ocurra; es un proceso relativamente rápido; su efecto es duradero en relación al tiempo que tarda en realizarse; y puede persistir aun en la más manifiesta ausencia de recompensas.
En contra de esto podría alegarse que para muchos de nosotros los primeros lazos de pareja son inestables y efímeros. La respuesta es que durante los años de pubertad y de inmediata pospubertad la capacidad de formar un lazo de pareja serio tarda algún tiempo en madurar. Esta lenta maduración proporciona una fase de transición durante la cual podemos, por así decirlo, probar el agua antes de saltar a ella. Si no fuera así, todos quedaríamos completamente fijados en nuestro primer amor. En la sociedad moderna, la fase natural de transición ha sido artificialmente prolongada por la excesiva persistencia del lazo parental. Los padres tienden a retener a su prole en una época en que, biológicamente hablando, deberían estar liberándola. La razón es bastante clara: las complejas exigencias del zoo humano hacen imposible que un individuo de catorce o quince años sobreviva independientemente. Esta incapacidad comunica una cualidad infantil que impulsa a la madre y el padre a continuar respondiendo parentalmente, pese al hecho de que su descendencia está ya sexualmente madura. Esto, a su vez, prolonga muchos de los modos infantiles de la prole, de modo que se entrecruzan antinaturalmente con los nuevos modos adultos. Como resultado de esto surgen considerables tensiones, y se produce a menudo el choque entre el lazo padres-prole y la recién iniciada tendencia de los jóvenes a formar un nuevo lazo de pareja sexual.
No tienen los padres la culpa de que sus hijos no puedan valerse por sí solos en el mundo supertribal exterior; ni tampoco los hijos tienen la culpa de que no puedan evitar transmitir a sus padres señales infantiles de desvalimiento. La culpa es del antinatural medio ambiente urbano, que requiere más años de aprendizaje que los que suministra el ritmo de crecimiento biológico del animal humano joven.
A pesar de esta interferencia con el desarrollo de la nueva relación de lazo de pareja, la grabación sexual no tarda en abrirse paso a la superficie. El amor joven tal vez sea típicamente efímero, pero también puede ser muy intenso, tanto que, en numerosos casos, se producen fijaciones permanentes en "novios de infancia", prescindiendo de la impracticabilidad socioeconómica de las relaciones. Aunque, sometidos a presiones externas, estos tempranos lazos de pareja se desmoronen, pueden dejar su marca. Con frecuencia, parece como si la búsqueda posterior de un compañero sexual, en la fase adulta plenamente independiente, implicara una inconsciente pesquisa para redescubrir algunas de las características clave de la primera grabación sexual. El fracaso final en esta pesquisa puede muy bien constituir un factor oculto que ayude a socavar un matrimonio en otro caso afortunado.
Este fenómeno de confusión de lazo no está limitado a la situación de "novios de infancia". Puede ocurrir en cualquier momento, y es particularmente probable que atormente a segundos matrimonios, donde con tanta frecuencia se hacen silenciosas, y a veces no tan silenciosas, comparaciones con los anteriores cónyuges. Puede también desempeñar otro importante y perjudicial papel cuando el lazo padre-prole se confunde con el lazo de pareja sexual. Para comprender esto, es necesario considerar de nuevo el efecto en el niño del lazo padre-prole. Le indica al niño tres cosas:
1. Éste es mi padre particular, personal.
2. Ésta es la especie a que pertenezco.
3. Ésta es la especie con lo que más adelante me emparejaré algún día.
Las dos primeras instrucciones son claras e inequívocas; es la tercera la que puede ser mal interpretada. Si el primer lazo con el padre del sexo opuesto ha sido particularmente persistente, algunas de sus características individuales pueden también ser transferidas para influir en el posterior lazo sexual de la prole. En vez de entender el mensaje como "ésta es la especie con la que más adelante me emparejaré algún día", el niño lo lee como "éste es el tipo de persona con que me emparejaré más adelante algún día".
Una influencia limitadora de esta clase puede convertirse en un grave problema. La interferencia con el proceso de formación de vínculo de pareja, proveniente de una persistente imagen parental, puede conducir a una particular elección de compañero que, en todos los demás aspectos, sea inconveniente en grado sumo. A la inversa, un cónyuge, por otro lado perfectamente compatible, puede no conseguir una plena relación por carecer de ciertas características triviales, pero en este aspecto esenciales, del padre del otro cónyuge. ("Mi padre nunca haría eso." "Pero yo no soy tu padre.")
Este embarazoso fenómeno de la confusión de lazo parece ser causado por los antinaturales niveles de aislamiento de la unidad familiar, que con tanta frecuencia se producen en el atestado mundo del zoo humano. El fenómeno de "extranjeros en nuestro medio" tiende a irrumpir en la atmósfera de participación tribal y mezcla social típica de las comunidades más pequeñas. Adoptando una postura defensiva, las familias se repliegan sobre sí mismas, encerrándose en ordenadas filas de jaulas dispuestas en terrazas o ligeramente separadas unas de otras por desgracia, no hay señales de que la situación vaya a mejorar; más bien lo contrario.




Dejando la cuestión de la confusión de lazo, tenemos que considerar ahora otra aberración, más extraña, de la grabación humana: nuestra versión de la malgrabación. Entramos aquí en el insólito mundo de lo que se ha denominado fetichismo sexual.
Para una minoría de individuos, la naturaleza de la primera experiencia sexual puede tener un efecto psicológicamente aberrante. En vez de quedar grabado con la imagen de un compañero determinado, este tipo de individuo queda sexualmente fijado sobre algún objeto inanimado que se hallara presente a la sazón. No está claro por qué tantos de nosotros escapamos a estas fijaciones reproductivamente anormales. Quizá ello dependa de la vivacidad o la violencia de ciertos aspectos de la ocasión de nuestro primer descubrimiento sexual importante. Como quiera que sea, el fenómeno es sorprendente.
A juzgar por los casos históricamente conocidos que se hallan a nuestro alcance, parece ser que la adscripción a un fetiche sexual se produce principalmente cuando la consumación sexual inicial tiene lugar espontáneamente, o cuando el individuo está solo. En muchos casos cabe remontarse desde ella hasta la primera eyaculación de un macho adulto joven, que a menudo se produce en ausencia de una hembra y sin los habituales preliminares de formación de pareja. Algún objeto característico que se halla presente en el momento de la eyaculación adquiere instantáneamente un poderoso y perdurable significado sexual. Es como si toda la fuerza grabadora de la formación de pareja se canalizara accidentalmente hacia un objeto inanimado, comunicándole, en un instante, un papel fundamental para el resto de la vida sexual de la persona.
Esta sorprendente forma de malgrabación no es tan rara como parece. La mayoría de nosotros desarrollamos un primario lazo de pareja con un miembro del sexo opuesto, en vez de con guantes de piel o botas de cuero, y nos encanta hacer públicos abiertamente nuestros lazos de pareja, con la confianza de que otros comprenderán y compartirán nuestros sentimientos; pero el fetichista, firmemente grabado con su extraño objeto sexual, tiende a mantener silencio sobre el objeto de su insólita adscripción. El objeto inanimado de su grabación sexual, que tan enorme significado tiene para él, no representaría nada para los demás, y, por miedo al ridículo, lo mantiene en secreto. No significa nada para la inmensa mayoría de las personas, los no fetichistas, y tampoco gran cosa para otros fetichistas, cada uno de los cuales tiene su propia especialidad particular. Los guantes de piel tiene tan poco significado para un fetichista de botas de cuero como para un no fetichista. El fetichista, por tanto, queda aislado por su propia y altamente especializada forma de grabación sexual.
En contra de esto, puede alegarse que hay ciertas clases de objetos que aparecen con extraordinaria frecuencia en el mundo fetichista. Los objetos de goma, por ejemplo, son frecuentes.
Quedará más claro el significado de esto si examinamos unos cuantos casos concretos de desarrollo fetichista.
Un muchacho de doce años estaba jugando con un abrigo de piel de zorra cuando experimentó su primera eyaculación. En la vida adulta, sólo podía conseguir satisfacción sexual en presencia de pieles. Era incapaz de copular con hembras en la forma ordinaria. Una muchacha experimentó su primer orgasmo cuando estaba agarrando un trozo de terciopelo negro mientras se masturbaba. Una vez adulta, el terciopelo se convirtió en un elemento esencial para su sexualidad. Toda su casa estaba decorada con él, y se casó únicamente para obtener más dinero y poder comprar más terciopelo. Un muchacho de catorce años tuvo su primera experiencia sexual con una chica que llevaba un vestido de seda. Más tarde, era incapaz de hacer el amor con una hembra desnuda. Sólo podía excitarse si ella llevaba un vestido de seda.
Otro joven se hallaba asomado a una ventana cuando se produjo su primera eyaculación. Dio la casualidad de que en aquel momento vio pasar por la calle una figura que caminaba apoyándose en muletas. Cuando se casó, sólo podía hacer el amor con su esposa si ella llevaba muletas a la cama. Un niño de nueve años estaba jugueteando con un guante suave contra su pene en el momento de su primera eyaculación. Ya adulto, se convirtió en fetichista de guantes, con una colección de varios cientos de ellos. Todas sus actividades sexuales iban dirigidas hacia esos guantes.
Existen muchos ejemplos de este tipo, que enlazan claramente el fetiche del adulto con su primera experiencia sexual. Otros objetos que suelen servir de fetiches son: zapatos, botas de montar, cuellos almidonados, corsés, medias, ropas interiores, cuero, goma, delantales, pañuelos, cabellos, pies y vestidos especiales, tales como uniformes de niñera. A veces, éstos llegan a convertirse en los elementos necesarios para una copulación afortunada (y de otro modo normal). A veces, sustituyen por completo al compañero sexual. La calidad del tejido parece ser una característica importante de la mayoría de ellos; con frecuencia, porque presiones y fricciones de diversas clases poseen gran importancia para causar en la vida de un individuo la primera excitación sexual. Si se halla presente alguna sustancia dotada de una cualidad táctil altamente característica, entonces hay una gran probabilidad de que se convierta en fetiche Sexual. Esto podría explicar, por ejemplo, la abundancia de fetiches de goma, cuero y seda.
Los fetiches de zapato, bota y pie son también comunes, y, probablemente, puede hallarse implicada en ello una presión contra el cuerpo. Se conoce el caso clásico de un chico de catorce años que estaba jugando con una muchacha de veinte calzada con zapatos de tacón alto. Él estaba tendido en el suelo, y ella se subió encima de él y le pisó. Cuando el pie de ella se posó sobre su pene, experimentó su primera eyaculación. De adulto, esto se convirtió en su única forma de actividad sexual. A lo largo de su vida, se las arregló para persuadir a más de cien mujeres para que le pisaran con zapatos de tacón alto.
Idealmente, su compañera sexual tenía que ser de un peso determinado y los zapatos de un determinado color. El encuentro original tenía que ser reproducido lo más exactamente posible para producir un máximo de reacción.
Este último caso muestra con claridad cómo puede desarrollarse el masoquismo. Otro joven, por ejemplo, tuvo su primera experiencia sexual espontáneamente, mientras luchaba con una chica mucho mayor. En su vida posterior, quedó fijado sobre mujeres pesadas y agresivas que estuviesen dispuestas a causarle daño durante los encuentros sexuales. No es difícil imaginar cómo pueden desarrollarse de forma similar ciertas clases de sadismo.
La adscripción a un fetiche sexual difiere en varios aspectos del proceso de condicionamiento ordinario. Al igual que la grabación (o las experiencias traumáticas que he mencionado al principio de este capítulo), es muy rápida, tiene un efecto duradero y es extremadamente difícil de suprimir. Aparece también en un período de sensibilidad. Del mismo modo que la malgrabación, fija al individuo sobre un objeto anormal, canalizando el comportamiento sexual en el sentido de apartarlo del objeto biológicamente normal, es decir, un miembro del sexo opuesto. No es tanto la adquisición positiva de significado sexual por parte de un objeto, como un guante de goma, lo que causa el daño; lo que crea el problema es la eliminación absoluta de todos los demás objetos sexuales. En los casos que he mencionado, la malgrabación es tan poderosa que "agota" todo el interés sexual disponible. Así como el polluelo experimental seguirá únicamente al balón anaranjado e ignorará por completo a su madre real, del mismo modo el fetichista de guante se apareará sólo con un guante, ignorando por completo a sus parejas potenciales. Es la exclusividad del proceso de grabación lo que provoca las dificultades cuando el mecanismo se pone en funcionamiento en la dirección errónea. Todos encontramos estimulantes diversos tejidos y presiones como accesorios de los encuentros sexuales. No hay nada extraño en responder a las sedas suaves y a los terciopelos. Pero si nos tornamos exclusivamente fijados en ellos, de modo que desarrollamos con ellos lo que equivale a un lazo de pareja (como el fetichista de zapatos que, cuando estaba a solas con unos zapatos femeninos, "enrojecía en su presencia como si estuviera con las propias muchachas"), entonces es que algo ha fallado totalmente en el mecanismo de grabación.
¿Por qué han de sufrir un pequeño, aunque considerable, número de animales humanos esta clase de malgrabación? No parece que esto les ocurra a otros animales en sus condiciones naturales de libertad.
En ellos, esto sólo tiene lugar cuando son capturados y criados por el hombre en condiciones sumamente artificiales, o cuando son mantenidos en recintos cerrados con especies extrañas, o cuando se llevan a cabo experimentos especiales. Aquí está, quizá, la clave. Como ya he puesto de relieve, en un zoo humano las condiciones sociales son sumamente artificiales para nuestra simple especie tribal. En muchas de nuestras supertribus, la conducta sexual se halla severamente reprimida en la etapa crítica de la pubertad.
Pero, aunque quede oculta y velada por toda clase de antinaturales inhibiciones, nada puede frenarla por completo. No tarda en abrirse paso bruscamente. Si, cuando esto ocurre, se hallan presentes ciertos objetos altamente característicos, entonces éstos pueden ejercer una impresión excesiva. Si el adolescente en trance de desarrollo se hubiera ido haciendo gradualmente más experto en cuestiones sexuales en una etapa más temprana, y si sus exploraciones iniciales hubieran sido más ricas y menos constreñidas por las artificialidades de la supertribu, quizás entonces la malgrabación hubiera podido ser evitada. Sería interesante saber cuántos de los fetichistas extremos fueron niños solitarios, sin hermanos, o, en su adolescencia, manifestaron timidez ante los contactos personales, o vivieron en el seno de una familia de normas de conducta muy estrictas. En este terreno, son precisas ulteriores investigaciones, pero sospecho que la proporción resultaría bastante elevada.
Una forma importante de malgrabación que no he mencionado aún es la homosexualidad. No lo he hecho hasta ahora porque constituye un fenómeno más complejo y porque la malgrabación es sólo una parte de la misma. El comportamiento homosexual puede surgir de una de cuatro maneras. Un primer lugar, puede producirse como un caso de malgrabación en forma muy semejante a la del fetichismo. Si la primera experiencia sexual de la vida de un individuo es poderosa y se produce como resultado de un encuentro íntimo con un miembro del mismo sexo, entonces puede desarrollarse rápidamente una fijación sobre ese sexo. Si dos muchachos adolescentes están luchando juntos o entregándose a alguna forma de juego sexual, y se produce la eyaculación, esto puede conducir a la malgrabación. Lo extraño es que los muchachos comparten frecuentemente experiencias tempranas de un tipo u otro, y, sin embargo, la mayoría sobreviven y llegan al estado adulto como heterosexuales. También en este punto necesitamos saber mucho más acerca de qué es lo que fija a unos pocos, pero no a la mayoría. Como en el caso de los fetichistas, probablemente tiene algo que ver con el grado de riqueza de la experiencia social del muchacho. Cuanto más restringido haya sido socialmente y más alejado de interacciones personales, más en blanco estará su lienzo sexual. La mayoría de los muchachos tienen, como si dijéramos, una pizarra sexual, en la que las cosas son ligeramente esbozadas, borradas y vueltas a dibujar. Pero el chico que mantiene su vida dirigida hacia dentro mantiene su lienzo sexual virginalmente blanco. Cuando, por fin, algo se dibuja en él, producirá un impacto mucho más dramático, y, probablemente, conservará la imagen durante toda su vida. Los muchachos revoltosos y extrovertidos pueden participar en actividades homosexuales, pero intervendrán en ellas simplemente como una experiencia y seguirán adelante, añadiendo cada vez más experiencias a medida que avanzan en sus exploraciones socializadoras.
Esto me lleva a otras causas de persistente comportamiento homosexual. Digo "persistente" porque, desde luego, en la gran mayoría de los miembros de ambos sexos tienen lugar, en algún momento de sus vidas, breves y fugaces actividades homosexuales como parte de exploraciones sexuales generales.
Para la mayoría de las personas, como para los muchachos revoltosos, son experiencias intrascendentes, que suelen hallarse limitadas a la niñez. Mas, para otras, los modos homosexuales persisten a todo lo largo de la vida, a menudo hasta el grado de una exclusión casi total, o total, de actividades heterosexuales. La malgrabación del tipo que he estado examinando no explica todos estos casos. Una segunda causa, muy simple, es que el sexo opuesto se comporta de forma excepcionalmente desagradable hacia un individuo determinado. Un muchacho aterrorizado por las muchachas puede muy bien llegar a considerar a los otros machos como compañeros sexuales más atractivos, pese al hecho de que, como parejas, son objetos sexualmente inadecuados. Una muchacha aterrorizada por los muchachos puede reaccionar de la misma manera, y volverse a otras muchachas como compañeras sexuales. Aterrorizar no es el único mecanismo, naturalmente: la traición y otras formas de castigo social o físico provenientes del sexo opuesto pueden actuar con la misma eficacia. (Aun cuando el sexo opuesto no sea directamente hostil, las presiones culturales que imponen poderosas restricciones a las actividades heterosexuales pueden conducir al mismo resultado.)
Una tercera influencia importante en la creación de un homosexual persistente viene constituida por una valoración infantil de los respectivos papeles de sus padres. Si un niño tiene un padre débil dominado por su madre, es muy probable que llegue a confundir e invertir los papeles masculino y femenino.
Esto, entonces, tiende a conducir a una elección del sexo inadecuado como pareja sexual en la vida ulterior.
La cuarta causa es más manifiesta. Si en el medio ambiente se da una ausencia total de miembros del sexo opuesto durante un largo período de tiempo, entonces los miembros del mismo sexo se convierten, a falta de aquellos, en la mejor cosa para los encuentros sexuales. Un macho aislado de esta forma de las hembras, o una hembra aislada de los machos, puede entregarse persistentemente a la homosexualidad sin que ninguno de los otros tres factores que he mencionado ejerza la menor influencia.
Un prisionero macho, por ejemplo, puede haber escapado a la malgrabación, puede sentir atracción hacia el sexo opuesto y puede haber tenido un padre que dominara a su madre en forma completamente masculina, y, sin embargo, puede todavía convertirse en un homosexual a largo plazo si se halla confinado en una comunidad carcelaria compuesta exclusivamente de machos, donde la cosa más parecida a un cuerpo femenino es otro cuerpo masculino. Si, en las prisiones, en los buques o en los cuarteles militares, la condición unisexual dura algunos años, el homosexual de ocasión puede, finalmente, quedar condicionado a las recompensas de sus impuestos modos sexuales y persistir en ellos aun después de haber retornado a un medio ambiente heterosexual.
De estas cuatro influencias que conducen a un persistente comportamiento homosexual, sólo la primera de ellas resulta adecuada al presente capítulo, pero era importante examinarlas todas aquí, a fin de explicar el papel parcial que la malgrabación desempeña en este particular fenómeno sexual.
El comportamiento homosexual en otros animales es, por lo general, de la variedad "a-falta-de-cosa-mejor", y desaparece en presencia de miembros sexualmente activos del sexo opuesto. Existen, sin embargo, unos cuantos casos de animales persistentemente homosexuales, cuando se han llevado a cabo especiales experimentos sociales. Si los patos silvestres jóvenes, por ejemplo, son mantenidos en grupos exclusivamente masculinos de cinco o diez individuos durante los primeros 75 días de sus vidas, y durante ese tiempo no encuentran jamás a una hembra de su especie, se convierten en homosexuales permanentes. Al ser soltados, ya en su edad adulta, en un estanque, en presencia de machos y de hembras, ignoran por completo a las hembras y forman parejas homosexuales entre ellos mismos. Esta situación persiste durante muchos años, probablemente durante toda la vida de los patos homosexuales, y las hembras no pueden hacer nada para modificarla. Es sabido que las palomas mantenidas en parejas homosexuales copulan una con otra y pueden formar lazos complejos de pareja. Dos machos que quedaron sexualmente grabados uno en otro de esta manera, atravesaron juntos todo el ciclo de procreación, cooperando a la construcción de un nido, la incubación de huevos y el cuidado de las crías.
Naturalmente, los huevos fértiles tuvieron que ser suministrados del nido de una verdadera pareja, pero fueron rápidamente aceptados, reaccionando cada uno de los machos homosexuales como si hubieran sido puestos por su compañero. Si se hubiese introducido una hembra verdadera después de que el lazo de pareja hubiera lanzado a los dos machos a su ciclo pseudorreproductivo, es dudoso que hubiesen reparado en ella. Para ese momento, la homosexualidad se habría tornado persistente, al menos durante la duración de ese completo ciclo de cría.
En el animal humano, la malgrabación no se limita a la esfera de las relaciones sexuales. Puede también tener lugar en las relaciones paternofiliales. No existen pruebas suficientes por lo que se refiere a niños que hayan resultado grabados por padres de otra especie. Los famosos casos de los llamados "niños-lobo" (niños perdidos o abandonados que son amamantados y criados por lobas) no han sido nunca plenamente probados y deben permanecer por el momento en el terreno de la ficción. Sin embargo, si semejante cosa pudiese ocurrir, hay pocas dudas de que los niños-lobo quedarían plenamente malgrabados en sus padres adoptivos.
Por contraste, el proceso inverso tiene lugar casi todos los días. Cuando una cría de un animal es criada por un padre adoptivo humano, no es sólo el animal doméstico el que queda malgrabado. Con frecuencia, el padre adoptivo humano resulta también intensamente malgrabado y responde al joven animal como si fuera un niño humano. Se derrocha sobre él la misma clase de afecto emocional, y la misma clase de disgusto sobreviene si pasa algo malo.
Así como un pseudopadre, tal, por ejemplo, el balón anaranjado del pato, tiene ciertas cualidades clave que lo hacen apropiado para la malgrabación (es un objeto grande en movimiento), así también el pseudoinfante se hace más apropiado si posee ciertas cualidades típicas del infante humano. Los bebés humanos son desvalidos, suaves, cálidos, redondos, de cara inexpresiva y ojos grandes, y lloran. Cuantas más propiedades de éstas posea un animal joven, más probable es que estimule el establecimiento de un lazo padre-prole con un padre adoptivo humano malgrabado. Muchos pequeños mamíferos tienen casi todas estas propiedades, y le es sumamente fácil a un ser humano quedar, en cuestión de minutos, malgrabado con ellos. Un cervatillo suave, cálido y de grandes ojos llamando con sus balidos a su madre, o un desvalido y redondo cachorrillo gimiendo por la ausencia de su perra madre, proyecta una poderosa imagen infantil que pocas hembras humanas pueden resistir. Dado que algunas de las propiedades infantiles de tales animales son más fuertes aún que las de un auténtico niño humano, los exagerados estímulos del pseudoinfante pueden, con frecuencia, volverse más poderosos que los naturales, y la malgrabación se hace intensa.
Los pseudoinfantes animales tienen un gran inconveniente: crecen con excesiva rapidez. Aun los de desarrollo más lento se convierten en adultos activos en sólo una fracción del tiempo que tarda en madurar un infante humano real, Cuando esto sucede suelen tornarse difíciles de manejar y pierden su atractivo. Pero el animal humano es una especie ingeniosa y ha tomado medidas para hacer frente a esta desafortunada evolución. Mediante la cría selectiva a lo largo de un período de varios siglos, ha conseguido hacer más infantiles a sus animales domésticos, de tal modo que los perros y los gatos adultos, por ejemplo, son versiones un tanto juveniles de sus equivalentes salvajes. Se mantienen más juguetones y menos independientes, y siguen desempeñando su papel de sustitutos de niños.
Con algunas razas de perros (los perros falderos o perros "de juguete"), este proceso ha sido llevado al límite. No sólo se comportan de forma más juvenil, sino que también parecen más juveniles por su aspecto. Toda su anatomía ha sido alterada para que se ajusten más exactamente, aun cuando sean adultos, a la imagen de un bebé humano. De esta manera, pueden actuar como un satisfactorio pseudoinfante no sólo durante los primeros meses de su vida, sino durante diez años o más, lapso de tiempo que empieza a asemejarse al de la infancia humana. Y, lo que es más, en este aspecto aventajan al niño verdadero, porque se mantienen infantiles a todo lo largo del período.
El pequinés constituye un buen ejemplo. El antepasado salvaje del pequinés (como de todos los perros domésticos) es el lobo, una criatura que puede pesar hasta setenta kilogramos, o más. El peso medio de un humano europeo adulto viene a ser el mismo, unos setenta kilos. El peso de un recién nacido humano viene a oscilar, aproximadamente, entre dos y cinco kilos, siendo el promedio ligeramente superior a los tres kilos. Así, pues, para convertir al lobo en un buen pseudoinfante, ha sido reducido hasta la quinceava parte de su peso natural original. El pequinés es un triunfo de este proceso, ya que, en la actualidad, pesa entre los tres y los cinco kilos y medio, con un promedio de unos cuatro kilos y medio.
Hasta el momento, excelente. Se asemeja al bebé en el peso, e incluso de adulto tiene la más importante de las propiedades del pseudoinfante: es un objeto pequeño. Pero se necesitan otras mejoras. Las patas de un perro típico son demasiado largas con relación a su cuerpo. Su proporción recuerda más al adulto humano que al pernicorto bebé. Así, pues, ¡fuera las patas! Mediante una cría selectiva, es posible producir razas con patas más cortas cada vez, hasta que sólo puedan andar torpemente. Esto no sólo corrige las proporciones, sino que, además, hace a los animales más torpes y desvalidos. Valiosos rasgos infantiles éstos también. Pero todavía falta algo. El perro es bastante cálido al tacto, pero no lo suficientemente suave. El pelo de su tipo salvaje natural es demasiado corto, rígido y áspero. Así, pues, ¡fuera el pelo! Una selectiva crianza consigue producir largo, suave, flotante y sedoso pelo, creando la esencial sensación de supersuavidad infantil.
Ulteriores modificaciones son necesarias en la forma salvaje natural del perro. Se ha hecho más rechoncho, de ojos más grandes y de cola más corta. Basta mirar a un pequinés para ver que estos cambios han sido impuestos. Sus orejas sobresalían y eran demasiado puntiagudas. Haciéndolas más grandes y colgantes y cubiertas de largo pelo, era posible convertirlas en un razonable parecido con el peinado de un infante. La voz del lobo salvaje es demasiado profunda, pero la reducción del tamaño de su cuerpo ha dado buena cuenta de eso, produciendo un tono más agudo e infantil. Por fin, está la cara. La cara de un perro salvaje es demasiado puntiaguda, y aquí también se necesita un poco de cirugía plástica genética. No importa que deforme las mandíbulas, dificultando la alimentación; es preciso llevarla a cabo. Y por eso el pequinés tiene su cara aplastada e infantil. También esto proporciona una ventaja adicional, porque le hace más desvalido y dependiente de su pseudopadre, que le proporciona alimentos convenientemente preparados, otra esencial actividad parental. Y ahí está nuestro pseudoinfante pequinés, más suave, más redondo, más desvalido, de ojos más grandes y cara más lisa, listo para establecer un poderoso lazo malgrabado en cualquier susceptible humano adulto que por casualidad pase cerca de él. Y da resultado. Da tan buen resultado que no sólo reciben cuidados maternales, sino que también viven con humanos, viajan con ellos, tienen sus propios médicos (veterinarios) y muchos de ellos son enterrados en sepulturas como las humanas e incluso reciben dinero en testamentos, como la verdadera descendencia humana.
Como he dicho antes al tratar otros temas, esto es una descripción, no una crítica. Resulta difícil comprender por qué tantas personas critican semejantes actividades, cuando, evidentemente, dan cumplimiento a una necesidad básica que, con frecuencia, no puede ser satisfecha de manera normal. Aún resulta más difícil comprender por qué algunas personas pueden aceptar esta clase de grabación, pero no otras clases. Muchos humanos consideran repulsiva la malgrabación sexual, por ejemplo, y se sublevan ante la idea de un hombre haciendo el amor con un fetiche, o copulando con otro macho, y, sin embargo, aceptan alegremente la malgrabación parental, en la que un adulto humano acaricia a un perrillo faldero o alimenta con biberón a un pequeño mono. Pero, ¿por qué hacen distinción? Biológicamente hablando, no existe virtualmente ninguna diferencia entre las dos actividades. Ambas implican la existencia de malgrabación, y ambas son aberraciones de las relaciones humanas normales. Pero aunque, en sentido biológico, ambas deben ser clasificadas como anormalidades, ninguna de ellas causa ningún daño a los espectadores, a los individuos situados fuera de las relaciones. Podemos pensar que, para el fetichista o para el amante de los animales que carece de hijos, sería más satisfactorio si pudieran gozar de las recompensas de una vida familiar completa, pero eso es cosa suya, no nuestra, y no tenemos motivos para manifestar hostilidad a ninguno de ellos.
Debemos hacer frente al hecho de que, viviendo en un zoo humano, tenemos que sufrir inevitablemente muchas relaciones anormales. Nos hallamos irremediablemente expuestos a formas insólitas de insólitos estímulos. Nuestros sistemas nerviosos no están equipados para enfrentarnos a esto, y nuestro modos de respuesta serán a veces equivocados. Al igual que los animales de zoo, o los experimentales, podemos encontrarnos a nosotros mismos fijados con lazos extraños y, a veces, perjudiciales, o podemos vernos afectados de una grave confusión de lazo. Puede sucedemos a cualquiera de nosotros, en cualquier momento. Es, simplemente, otro de los riesgos de existir como inquilino de un zoo humano. Todos somos víctimas potenciales, y la reacción más apropiada, cuando lo observamos en otro, es, más que la fría intolerancia, la simpatía.


Capítulo V, Grabación y malgrabación.
Desmond Morris, El Zoo Humano.